Texto EvAU | *La ideología alemana*
Sobre la obra
La ideología alemana fue redactada por Marx y Engels, en Bruselas, entre 1845 y 1846, aunque no fue publicada hasta 1932. Es una obra de ruptura con la herencia hegeliana y feuerbachiana porque, según los autores, con este pensamiento especulativo no se podía construir un conocimiento científico de la realidad ni plantear su transformación revolucionaria. En esta obra comienza la elaboración de una nueva teoría científica de la sociedad capitalista y una crítica de todas las producciones teóricas que sustentaban el capitalismo, y de la filosofía en especial; es una exposición del nuevo materialismo –el materialismo histórico– que hace a partir de la crítica de la concepción idealista de la historia en la filosofía alemana. También es una crítica al concepto de ideología que circulaba en el momento; para Marx y Engels, la ideología no es solo el conjunto de ideas y valores de una sociedad en un momento dado, sino la falsa conciencia de una sociedad basada en los intereses de la clase que domina en esa época histórica.
Marx y Engels aspiran comprender la realidad social de su tiempo –el capitalismo– para transformarla en una sociedad más justa y sin dominación de unos hombres por otros. Pero el presente solo se entiende si se descubren los mecanismos por los que se ha llegado a esa situación. Ahí aparece la base del materialismo histórico, que consiste en entender la historia desde las realizaciones concretas de los seres humanos, de su acción con la naturaleza y con los otros seres humanos, y de las condiciones materiales de la existencia de los individuos, pues no se pueden entender las sociedades en función del pensamiento o las imágenes que tienen de sí mismas, sino por lo que los seres humanos hacen por dominar la naturaleza para la reproducción de su propia vida, por su actividad.
Para Marx y Engels, las sociedades se organizan en dos niveles: una base económica, formada por las relaciones de producción y las fuerzas productivas; una superestructura jurídico-política, integrada por los mecanismos de poder y las normas por las que se rige una comunidad (representadas en el estado y el derecho), y, por último, una superestructura cultural, una determinada visión, o ideas, que la sociedad tiene en un momento dado sobre sí misma, que concuerda con el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas y el tipo de intercambio de los productos que se da en él. El nivel económico es el fundamental para entender los otros dos, pero no hay determinismo, pues distintos niveles tienen una relativa autonomía.
La importancia de la base económica viene dado porque en ella se llevan a cabo las actividades para la reproducción de la vida biológica y, con ella, la de las distintas formas de sociedad; tal actividad es el trabajo cuyos componentes son las fuerzas productivas —tecnología, ciencia y capacidades humanas— y las relaciones de producción, que son las que se establecen entre los dueños de los medios de producción y las personas que realizan el trabajo. a lo largo de la historia, estos dos elementos pueden entrar en contradicción porque el tipo de relaciones de producción no se corresponde con el desarrollo de las fuerzas productivas. Esto es lo que genera un cambio en el modo de producción. La concepción materialista de la historia supone entenderla como el cambio de los distintos modos de producción, pero el paso de un modo de producción a otro no se ha dado simultáneamente en todos los sitios, y su configuración concreta difiere de unos países a otros.
En la explicación de las fuerzas motrices de la historia, Marx y Engels introducen un nuevo factor, el de la lucha de clases. Cada modo de producción tiene una estructura de clases distinta, que viene determinada fundamentalmente por la posesión o no de los medios de producción y el poder de disfrutar, por ello, de los valores creados por el trabajo extra de los demás. Esto las sitúa en un conflicto permanente, al margen de su voluntad o de los sentimientos particulares de sus miembros. la lucha de clases, junto con la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, coopera de manera dialéctica al cambio histórico, según la teoría de Marx y engels.
El materialismo histórico es la base para entender el modo de producción capitalista y las posibilidades de su transformación revolucionaria hacia el comunismo, entendido como una sociedad sin clases y en donde no exista la explotación del hombre por el hombre.
El problema de la concepción de la historia en la filosofía occidental
La reflexión sobre la historia como problema filosófico aparece en la Edad Media con el pensamiento de San Agustín, que la incluye como parte del plan que Dios tiene sobre los hombres. Se retoma en el Renacimiento desligada de su dimensión teológica, especialmente en la obra de Maquiavelo. Posteriormente, la Ilustración va a entender la historia orientada al futuro, proponiendo la idea de progreso hacia lo mejor del hombre y de la sociedad desde el desarrollo de la razón. Así aparece principalmente en Kant, por ejemplo. La preocupación por la historia tiene en Hegel un gran protagonismo, al considerarla el lugar de realización del Espíritu: la historia ha de obedecer a unas leyes que es debemos captar, aunque no sean evidentes a la observación. Hegel inaugura una concepción dialéctica e idealista de la historia, abandonando el optimismo ilustrado. Marx y Engels parten de la concepción dialéctica de la historia de Hegel, pero desde una perspectiva materialista.
La concepción materialista de la historia
En La ideología alemana se expone el materialismo histórico como intento de comprender el proceso real de producción de la vida y de las formas de intercambio de bienes, producto del trabajo, que se desarrolla en cada modo de producción concreto. A partir de ello explica las formas de conciencia, esto es, las ideas religiosas, filosóficas o morales, que se dan en esos modos de producción y que tienen como base las prácticas materiales de los hombres. Dicha postura se desarrolla en confrontación con los idealistas alemanes, de ahí la referencia continua a los «historiadores alemanes» que hay en el fragmento que estudiamos. Los elementos que constituyen una concepción materialista de la historia son los siguientes:
- La vida humana exige unos bienes para cubrir sus necesidades, y tales bienes han de ser producidos por la acción del hombre sobre la naturaleza mediante el trabajo.
- La producción de esos bienes conduce a nuevas necesidades que exigen nuevos bienes, con lo que la vida social se va haciendo progresivamente más compleja.
- La reproducción de la vida genera la familia como forma de relación social.
- La producción de la vida supone tanto una relación natural (procreación) como social. en tanto que relación social, implica que los hombres se relacionan entre sí de una determinada manera, que, a su vez, está conectada con las fuerzas productivas y las formas de intercambio de bienes. tales relaciones adoptan distintas formas a lo largo del tiempo. tienen una historia.
Los hombres, además de producir su vida, tienen conciencia.
- La conciencia se engendra en unas determinadas condiciones materiales de vida.
- La conciencia se expresa bajo la forma de lenguaje.
- La relación del hombre con la naturaleza está determinada socialmente y se expresa en el lenguaje.
División del trabajo social y conciencia
- Desde la división social entre trabajo físico y trabajo intelectual, la conciencia se cree algo independiente de su producción en la práctica.
- Se genera así la idea de la teoría pura al margen de las relaciones sociales. esta es una concepción idealista de la conciencia, la idea de la existencia de un individuo al margen de sus condiciones materiales de vida.
La división social del trabajo y sus productos. La propiedad
- Con la división social del trabajo se produce la distribución desigual de los bienes (la propiedad), cuya primera forma aparece en la familia, en la que el hombre domina a la mujer y los hijos.
- La distribución desigual implica la contradicción entre los intereses del individuo concreto y los intereses generales.
- La distribución desigual genera la imposición al hombre de una actividad que le domina, y no que es dominada por él. le enajena.
El comunismo superaría esta situación, y no se le asignaría una tarea específica a nadie contra su voluntad.
- El interés general se ve plasmado en el estado que ilusoriamente representa la comunidad, cuando lo que ocurre realmente es que está asentado en las relaciones desiguales de la sociedad, basadas en la distribución desigual. Por eso, las luchas políticas son una de las formas de la lucha de clases.
Condiciones para acabar con la enajenación derivada de la distribución desigual
- Que se dé la contradicción entre una «masa de desposeídos» y un mundo de riquezas y abundancia. Para ello, es necesario incrementar las fuerzas productivas.
- La constitución de sujetos históricos, «individuos histórico-universales», que lleven a cabo la revolución de este sistema enajenante.
Este sujeto histórico es el proletariado.
- La implantación del comunismo, que abolirá la propiedad privada y establecerá nuevas formas de producción e intercambio no alienantes.
- Para que sea un fenómeno mundial (y no una simple idea), el comunismo debe darse en pueblos en los que haya un gran desarrollo de las fuerzas productivas y control del intercambio para evitar que se convierta en un fenómeno local y abatible por el capitalismo imperante.
Texto | La ideología alemana
Introducción — Apartado A
[1] HISTORIA
Tratándose de los alemanes, situados al margen de toda premisa, debemos comenzar señalando que la primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen para «hacer historia», en condiciones de poder vivir. [1] Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, alojarse bajo un techo, vestirse y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico, una condición fundamental de toda historia, que lo mismo hoy que hace miles de años, necesita cumplirse todos los días y a todas horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres. Y aun cuando la vida de los sentidos se reduzca al minimum, a lo más elemental, como en san Bruno, este mínimo presupondrá siempre, necesariamente, la actividad de la producción. Por consiguiente, lo primero, en toda concepción histórica, es observar este hecho fundamental en toda su significación y en todo su alcance y colocarlo en el lugar que le corresponde. Cosa que los alemanes, como es sabido, no han hecho nunca, razón por la cual la historia jamás ha tenido en Alemania una base terrenal ni, consiguientemente, ha existido nunca aquí un historiador. Los franceses y los ingleses, aun cuando concibieron de un modo extraordinariamente superficial el entronque de este hecho con la llamada historia, sobre todo los que se vieron prisioneros de la ideología política, hicieron, sin embargo, los primeros intentos encaminados a dar a la historiografía una base material, al escribir antes que nada historias de la sociedad civil, del comercio y de la industria.
Lo segundo es que la satisfacción de esta primera necesidad, la acción de satisfacerla y la adquisición del instrumento necesario para ello, conduce a nuevas necesidades, y esta creación de necesidades nuevas constituye el primer hecho histórico. Y ello demuestra inmediatamente de quién es hija espiritual la gran sabiduría histórica de los alemanes, que, cuando los falta el material positivo y no vale chalanear con necedades políticas ni literarias, no nos ofrecen ninguna clase de historia, sino que hacen desfilar ante nosotros los «tiempos prehistóricos», pero sin detenerse a explicarnos cómo se pasa de este absurdo de la «prehistoria» a la historia en sentido propio, aunque es evidente, por otra parte, que sus especulaciones históricas se lanzan con especial fruición a esta «prehistoria» porque en ese terreno creen estar a salvo de la injerencia de los «toscos hechos» y, al mismo tiempo, porque aquí pueden dar rienda suelta a sus impulsos especulativos y proponer y echar por tierra miles de hipótesis.
El tercer factor que aquí interviene de antemano en el desarrollo histórico es el de que los hombres que renuevan diariamente su propia vida comienzan al mismo tiempo a crear a otros hombres, a procrear: es la relación entre hombre y mujer, entre padres e hijos, la familia. Esta familia, que al principio constituye la única relación social, más tarde, cuando las necesidades, al multiplicarse, crean nuevas relaciones sociales y, a su vez, al aumentar el censo humano, brotan nuevas necesidades, pasa a ser (salvo en Alemania) una relación secundaria y tiene, por tanto, que tratarse y desarrollarse con arreglo a los datos empíricos existentes, y no ajustándose al «concepto de la familia» misma, como se suele hacer en Alemania.
Por lo demás, no deben considerarse como tres fases distintas, sino sencillamente como eso, como tres aspectos o, para decirlo a la manera alemana, como tres «momentos» que han existido desde el principio de la historia y desde el primer hombre y que todavía hoy siguen rigiendo en la historia.
[2] La producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la procreación, se manifiesta inmediatamente como una doble relación –de una parte, como una relación natural y, de otra, como una relación social–; social, en el sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversos individuos, cualesquiera que sean sus condiciones, de cualquier modo y para cualquier fin. De donde se desprende que un determinado modo de producción o una determinada fase industrial lleva siempre aparejado un determinado modo de cooperación o una determinada fase social, modo de cooperación que es, a su vez, una «fuerza productiva»; que la suma de las fuerzas productivas accesibles al hombre condiciona el estado social y que, por tanto, la «historia de la humanidad» debe estudiarse y elaborarse siempre en conexión con la historia de la industria y del intercambio.
Pero, asimismo es evidente que en Alemania no se puede escribir este tipo de historia, ya que los alemanes carecen, no sólo de la capacidad de concepción y del material necesarios, sino también de la «certeza adquirida» a través de los sentidos, y que de aquel lado del Rin no es posible reunir experiencias, por la sencilla razón de que allí no ocurre ya historia alguna. Se manifiesta, por tanto, ya de antemano, una conexión materialista de los hombres entre sí, condicionada por las necesidades y el modo de producción y que es tan vieja como los hombres mismos; conexión que adopta constantemente nuevas formas y que ofrece, por consiguiente, una «historia», aun sin que exista cualquier absurdo político o religioso que también mantenga unidos a los hombres.
Solamente ahora, después de haber considerado ya cuatro momentos, cuatro aspectos de las relaciones históricas originarias, caemos en la cuenta de que el hombre tiene también «conciencia». Pero, tampoco ésta es de antemano una conciencia «pura». El «espíritu» nace ya tarado con la maldición de estar «preñado» de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo; y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de los apremios del intercambio con los demás hombres. Donde existe una relación, existe para mí, pues el animal no se comporta ante nada ni, en general, podemos decir que tenga comportamiento alguno. Para el animal, sus relaciones con otros no existen como tales relaciones. La conciencia, por tanto, es ya de antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos. La conciencia es, ante todo, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensible que nos rodea y conciencia de los nexos de los nexos limitados con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente de sí mismo; y es, al mismo tiempo, conciencia de la naturaleza, que al principio se enfrenta al hombre como un poder absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable, ante el que los hombres se comportan de un modo puramente animal y que los amedrenta como al ganado; es, por tanto, una conciencia puramente animal de la naturaleza (religión natural).
Inmediatamente, vemos aquí que esta religión natural o este determinado comportamiento hacia la naturaleza se hallan determinados por la forma social, y a la inversa. En este caso, como en todos, la identidad entre la naturaleza y el hombre se manifiesta también de tal modo que el comportamiento limitado de los hombres hacia la naturaleza condiciona el limitado comportamiento de unos hombres para con otros, y éste, a su vez, su comportamiento limitado hacia la naturaleza, precisamente porque la naturaleza apenas ha sufrido aún ninguna modificación histórica. Y, de otra parte, la conciencia de la necesidad de entablar relaciones con los individuos circundantes es el comienzo de la conciencia de que el hombre vive, en general, dentro de una sociedad. Este comienzo es algo tan animal como la propia vida social en esta fase: es simplemente, una conciencia gregaria y, en este punto, el hombre sólo se distingue del carnero por cuanto su conciencia sustituye al instinto o es el suyo un instinto consciente. Esta conciencia gregaria o tribal se desarrolla y perfecciona después, al aumentar la producción, al acrecentarse las necesidades y al multiplicarse la población, que es el factor sobre que descansan los dos anteriores. [3] De este modo se desarrolla la división del trabajo, que originariamente no pasaba de la división del trabajo en el acto sexual y, más tarde, de una división del trabajo introducida de un modo «natural» en atención a las dotes físicas (por ejemplo, la fuerza corporal), a las necesidades, las coincidencias fortuitas, etc. La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo físico y el intelectual. Desde este instante, puede ya la conciencia imaginarse realmente que es algo más y algo distinto que la conciencia de la práctica existente, que representa realmente algo sin representar algo real; desde este instante, se halla la conciencia en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría «pura», de la teología «pura», la filosofía y la moral «puras», etc. Pero, aun cuando esta teoría, esta teología, esta filosofía, esta moral, etc., se hallen en contradicción con las relaciones existentes, esto sólo podrá explicarse porque las relaciones sociales existente se hallan, a su vez, en contradicción con la fuerza productiva existente; cosa que, por lo demás, dentro de un determinado círculo nacional de relaciones, podrá suceder también a pesar de que la contradicción no se dé en el seno de esta órbita nacional, sino entre esta conciencia nacional y la práctica de otras naciones; es decir, entre la conciencia nacional y general de una nación. Por lo demás, es de todo punto indiferente lo que la conciencia por sí solo haga o emprenda, pues de toda esta escoria sólo obtendremos un resultado, a saber: que estos tres momentos, la fuerza productora, el estado social y la conciencia, pueden y deben necesariamente entrar en contradicción, entre sí, ya que, con la división del trabajo, se da la posibilidad, más aún, la realidad de que las actividades espirituales y materiales, el disfrute y el trabajo, la producción y el consumo, se asignan a diferentes individuos, y la posibilidad de que no caigan en contradicción reside solamente en que vuelva a abandonarse la división del trabajo. Por lo demás, de suyo se comprende que los «espectros», los «nexos», los «entes superiores», los «conceptos», los «reparos», no son más que la expresión espiritual puramente idealista, la idea aparte del individuo aislado, la representación de trabas y limitaciones muy empíricas dentro de las cuales se mueve el modo de producción de la vida y la forma de intercambio congruente con él.
[4] [ División del trabajo ] Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias contrapuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que, por lo demás, ya aquí corresponde perfectamente a la definición de los modernos economistas, según la cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo demás, división del trabajo y propiedad privada son términos idénticos: uno de ellos dice, referido a la esclavitud, lo mismo que el otro, referido al producto de ésta.
La división del trabajo lleva aparejada, además, la contradicción entre el interés del individuo concreto o de una determinada familia y el interés común de todos los individuos relacionados entre sí, interés común que no existe, ciertamente, tan sólo en la idea, como algo «general», sino que se presenta en la realidad, ante todo, como una relación de mutua dependencia de los individuos entre quienes aparece dividido el trabajo. Finalmente, la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de cómo, mientras los hombres viven en una sociedad natural, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no aparecen divididas voluntariamente, sino por modo natural, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que lo sojuzga, en vez de ser él quien los domine. En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico crítico, y no tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios de vida; al paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos. Esta plasmación de las actividades sociales, esta consolidación de nuestros propios productos en un poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestra expectativa y destruye nuestros cálculos, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior, y precisamente por virtud de esta contradicción entre el interés particular y el interés común, cobra el interés común, en cuanto Estado, una forma propia e independiente, separada de los reales intereses particulares y colectivos y, al mismo tiempo, como una comunidad ilusoria, pero siempre sobre la base real de los vínculos existentes, dentro de cada conglomerado familiar y tribal, tales como la carne y la sangre, la lengua, la división del trabajo en mayor escala y otros intereses y, sobre todo, como más tarde habremos de desarrollar, a base de las clases, ya condicionadas por la división del trabajo, que se forman y diferencian en cada uno de estos conglomerados humanos y entre las cuales hay una que domina sobre todas las demás.
[ Lucha de clases ] De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del Estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases (de lo que los historiadores alemanes no tienen ni la más remota idea, a pesar de habérseles facilitado las orientaciones necesarias acerca de ello en los Anales Franco-Alemanes y en La Sagrada Familia). Y se desprende, asimismo, que toda clase que aspire a implantar su dominación, aunque ésta, como ocurre en el caso del proletariado, condicione en absoluto la abolición de toda la forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general, tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar su interés como el interés general, cosa a que en el primer momento se ve obligada.
Precisamente porque los individuos sólo buscan su interés particular, que para ellos no coincide con su interés común, y porque lo general es siempre la forma ilusoria de la comunidad, se hace valer esto ante su representación como algo «ajeno» a ellos e «independiente» de ellos, como un interés «general» a su vez especial y peculiar, o ellos mismos tienen necesariamente que enfrentarse en esta escisión, como en la democracia. Por otra parte, la lucha práctica de estos intereses particulares que constantemente y de un modo real se enfrentan a los intereses comunes o que ilusoriamente se creen tales, impone como algo necesario la interposición práctica y el refrenamiento por el interés «general» ilusorio bajo la forma del Estado. El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por obra de la cooperación de los diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino natural, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos, que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y de los actos de los hombres que incluso dirige esta voluntad y estos actos. [5] Con esta «enajenación», para expresarnos en términos comprensibles para los filósofos, sólo puede acabarse partiendo de dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder «insoportable», es decir, en un poder contra el que hay que sublevarse, es necesario que engendre a una masa de la humanidad como absolutamente «desposeída» y, a la par con ello, en contradicción con un mundo existente de riquezas y de cultura, lo que presupone, en ambos casos, un gran incremento de la fuerza productiva, un alto grado de su desarrollo; y, de otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas (que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal, y no en la vida puramente local de los hombres) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia anterior; y, además, porque sólo este desarrollo universal de las fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el fenómeno de la masa «desposeída» se produce simultáneamente en todos los pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros y, por último, instituye a individuos histórico-universales, empíricamente mundiales, en vez de individuos locales. Sin esto, 1.º el comunismo sólo llegaría a existir como fenómeno local; 2.º las mismas potencias del intercambio no podrían desarrollarse como potencias universales y, por tanto, insoportables, sino que seguirían siendo simples «circunstancias» supersticiosas de puertas adentro, y 3.º toda ampliación del intercambio acabaría con el comunismo local.
[ El comunismo ] El comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción «coincidente» o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado. ¿Cómo, si no, podría la propiedad, por ejemplo, tener una historia, revestir diferentes formas y la propiedad territorial, supongamos, según las diferentes premisas existentes, presionar en Francia para pasar de la parcelación a la centralización en pocas manos y en Inglaterra, a la inversa, de la concentración en pocas manos a la parcelación, como hoy realmente estamos viendo? ¿O cómo explicarse que el comercio, que no es sino el intercambio de los productos de diversos individuos y países, llegue a dominar el mundo entero mediante la relación entre la oferta y la demanda —relación que, como dice un economista inglés, gravita sobre la tierra como el destino de los antiguos, repartiendo con mano invisible la felicidad y la desgracia entre los hombres, creando y destruyendo imperios, alumbrando pueblos y haciéndolos desaparecer—, mientras que, con la destrucción de la base, de la propiedad privada, con la regulación comunista de la producción y la abolición de la actitud en que los hombres se comportan ante sus propios productos como ante algo extraño a ellos, el poder de la relación de la oferta y la demanda se reduce a la nada y los hombres vuelven a hacerse dueños del intercambio, de la producción y del modo de su mutuo comportamiento?
Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente. Por lo demás, la masa de los simples obreros —de la fuerza de trabajo excluida en masa del capital o de cualquier satisfacción, por limitada que ella sea— y, por tanto, la pérdida no puramente temporal de este mismo trabajo como fuente segura de vida, presupone, a través de la competencia, el mercado mundial. Por tanto, el proletariado sólo puede existir en un plano histórico-mundial, lo mismo que el comunismo, su acción, sólo puede llegar a cobrar realidad como existencia histórico-universal. Existencia histórico-universal de los individuos, es decir, existencia de los individuos directamente vinculada a la historia universal.
La forma de intercambio condicionada por las fuerzas de producción existentes en todas las fases históricas anteriores y que, a su vez, las condiciona es la sociedad civil, que, como se desprende de lo anteriormente expuesto, tiene como premisa y como fundamento la familia simple y la familia compuesta, lo que suele llamarse la tribu, y cuya naturaleza queda precisada en páginas anteriores. Ya ello revela que esta sociedad civil es el verdadero hogar y escenario de toda la historia y cuán absurda resulta la concepción histórica anterior que, haciendo caso omiso de las relaciones reales, sólo mira, con su limitación, a las resonantes acciones y a los actos del Estado. La sociedad civil abarca todo el intercambio material de los individuos, en una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas. Abarca toda la vida comercial e industrial de una fase y, en este sentido, transciende de los límites del Estado y de la nación, si bien, por otra parte, tiene necesariamente que hacerse valer al exterior como nacionalidad y, vista hacia el interior, como Estado. El término de sociedad civil apareció en el siglo XVIII, cuando ya las relaciones de propiedad se habían desprendido de los marcos de la comunidad antigua y medieval. La sociedad civil, en cuanto tal, solo se desarrolla con la burguesía; sin embargo, la organización social que se desarrolla directamente basándose en la producción y el intercambio, y que forma en todas las épocas la base del Estado y de toda otra superestructura idealista, se ha designado siempre, invariablemente, con el mismo nombre.
Notas
[1] A partir de aquí trata de los elementos que constituyen una concepción materialista de la historia.\ [2] Los hombres, además de producir su vida, tienen conciencia.\ [3] A partir de aquí trata la división del trabajo y conciencia.\ [4] Relación con la propiedad.\ [5] [Condiciones para acabar con la enajenación derivada de la distribución desigual]