Friedrich Nietzsche

(1844-1900)

VIDA Y OBRA

Friedrich Wilhelm Nietzsche nació en Röcken el 15 de octubre de 1844, Prusia, un pequeño pueblo de Sajonia-Anhalt (cerca de Leipzig). Su familia era protestante, con profundas convicciones religiosas, siendo su padre un pastor luterano de origen polaco. Su padre muere en 1849 y Nietzsche será educado por su madre en un ambiente femenino cargado de creencias religiosas. Recibe su formación humanística en una de las mejores escuelas, la de Pforta, en Turingia. Pronto se aficiona a la música y pronto comienzan las enfermedades que marcaron su vida. En 1864 inicia los estudios de filología clásica en Bonn, y al año siguiente continúa en Leipzig, donde descubre la obra de Schopenhauer, que le entusiasma. En 1868 conoce a Wagner, su música le apasiona. En 1869 fue nombrado catedrático de filología clásica en la Universidad de Basilea, aunque lo que le interesa realmente ya es la filosofía. Se afianza su amistad con Wagner, que por entonces era todavía un espíritu rebelde y revolucionario, también seguidor de la filosofía de Schopenhauer. De esa época es también su amistad con el teólogo radical Franz Overbeck y con Paul Rée. En 1872 publica El nacimiento de la tragedia, obra que tiene una fría acogida en el ámbito académico. En 1873 comienza la publicación por entregas de sus Consideraciones intempestivas. En 1878 rompe su amistad con Wagner, y al año siguiente su mala salud le obliga a abandonar su cátedra de Basilea. Tiene treinta y cinco años y, atormentado por dolores de cabeza, de ojos, y vómitos, comienza una vida errante en busca de climas propicios para su salud, desde el Mediterráneo hasta los Alpes suizos. En 1881, en la Alta Engadina (Suiza), a las orillas de un lago en Silvaplana, recibe la inspiración del 'eterno retorno', la idea central de Así habló Zaratustra. En 1882 conoce a Lou Andreas Salomé, que rechazará su petición de matrimonio, pero le inspirará un nuevo deseo de vivir. Se trata de una de sus épocas más fecundas, en la que concluye una de sus obras fundamentales, el Así habló Zaratustra [AHZ]. En 1889 sobreviene la catástrofe: sufre un colapso en una plaza de Turín y debe ser internado. Diagnóstico: una parálisis progresiva que afecta a sus facultades mentales hasta el punto de hacerle perder la razón. Queda al cuidado de su madre y de su hermana, falleciendo en 1900 en Weimar en un estado próximo a la demencia.

Influencias. Nietzsche despertó a la filosofía tras la lectura de Schopenhauer (aunque luego le criticó). Sintió interés por los griegos, cuyos textos había estudiado como filólogo, apreciando también a los moralistas del XVII y a los materialistas franceses del XVIII. Hegel fue un gran adversario teórico y sintió un constante rechazo por el cristianismo. Compuso pequeñas piezas musicales, pero su relación con la música estuvo ante todo marcada por su amistad con Wagner en la época del Anillo de los nibelungos, música que consideraba dionisíaca, y su distanciamiento posterior, con Parsifal, obra en la que Nietzsche veía fuertes resonancias cristianas.

Estilo. Con frecuencia su estilo oscila entre la prosa poética (especialmente en Así habló Zaratustra) y la laconicidad del aforismo, dando pie a una filosofía que es como una secuencia de destellos densos, violentos y fulminantes.

LA DECADENCIA DE OCCIDENTE

Nietzsche fue filólogo de formación, conocía bien el mundo griego antiguo. Sus estudios apuntaban a una interpretación novedosa y radical de la cultura griega. En su primera obra Nietzsche expresó una idea que iba a resultar clave para su pensamiento posterior. La cultura griega tenía dos fuentes o principios que se manifestaban claramente en su literatura: (a) Lo apolíneo (relativo al dios Apolo) tenía que ver con la sobriedad y el orden, la reflexión y la razón, mientras que (b) lo dionisíaco (relativo al dios Dioniso) tenía que ver con la tendencia humana al desorden, a lo oscuro, al exceso, pues es un principio que representa el devenir, la embriaguez, la desmesura, la noche y lo irracional. En el momento de su máximo esplendor, ambos principios habrían estado equilibrados en la cultura griega, pero con el tiempo la parte apolínea se habría impuesto a la dionisíaca. La filosofía sería en buena parte culpable de ello: el triunfo de la razón sobre lo mundano tenía en Platón a uno de sus máximos representantes. Para Platón el mundo verdadero era el de las ideas, mientras que el mundo material no sería más que una especie de copia degradada. Sin embargo, no debemos pensar que Nietzsche rechaza lo apolíneo. Como pensador vitalista Nietzsche no rechaza ninguna dimensión de la vida, si reclama la parte dionisíaca es porque considera que ha sido censurada y oprimida históricamente por la razón, la moral o la religión.

Crítica de la moral y la cultura

La crítica que Nietzsche realiza de la cultura occidental se basa precisamente en el desequilibrio mencionado, el desequilibrio que surge cuando una parte de la naturaleza del ser humano (la apolínea) reprime y subyuga la otra (la dionisíaca). Desde esa perspectiva está claro que uno de sus blancos fundamentales será la religión, especialmente la cristiana, y la moral que se deriva de la misma.

Crítica de la religión y de la moral

Nietzsche intenta analizar cómo una religión ha promovido unos valores que se han convertido en formas de vida en las que se pierden algunos de los elementos esenciales de la vida. Considera que la religión cristiana se extendió porque idealizaba la moral de los oprimidos. Así, Nietzsche opone una moral de esclavos, que sería una moral en la que se valora la sumisión, el dolor o la obediencia, y que desprecia este mundo con la esperanza de que hay uno mejor esperando en el futuro; frente a la moral de señores, basada en la valoración del presente, del mundo que conocemos y la fuerza vital que surge de la propia vida. Sería una moral individualizante, en la que cada ser humano asume con radicalidad su vida, frente a la de esclavos, que sería una moral de rebaño que nos condena a la decadencia.

Crítica de la ciencia y la metafísica

La crítica de la moral y de la religión está ligada a la crítica que Nietzsche hace a la ciencia y a la metafísica, en especial a las metafísicas de tipo idealista como la de Platón. La filosofía occidental habría quedado corrompida desde Sócrates, quien hizo triunfar a la razón contra la vida, a Apolo sobre Dioniso. Sócrates buscaba esencias inmóviles que a Nietzsche le resultan inertes y ficticias. Luego, con su teoría de las ideas, Platón habría inventado un mundo trascendente que supone más real que el material, que queda al nivel de la mera apariencia. Nietzsche no creía que fuese posible valorar la radicalidad de la vida si se presentaba el mundo devaluado de esta manera. Las filosofías tienden así a valorar lo inmutable sobre el devenir. Niegan, por tanto, lo que en nuestra cotidianidad vivimos como más real.

Detrás del idealismo de Sócrates y Platón (y con ellos el de toda la metafísica occidental) lo que habita es un espíritu de decadencia, el odio a la vida y al mundo, el temor al instinto y a la muerte. Por eso la metafísica tradicional suele ver la realidad como algo estático, fijo e inmutable afirmando como verdadera realidad de las cosas a las esencias. Eso le habría llevado a distinguir entre una realidad verdadera y superior y una falsa, aparente. Pero la "invención" de este otro mundo superior es producto en realidad del resentimiento, de la sensación de fracaso que surge de la frustración de no poder controlar nuestro propio futuro.

Voluntad de verdad. Tanto la metafísica como la ciencia se basan en lo que Nietzsche llama una voluntad de verdad, contrapuesta a la voluntad de poder de la que hablaremos luego. La voluntad de verdad consiste en usar la razón para afirmar la supremacía de las esencias, de lo estático, vengándose así del devenir de la realidad, de esa vida real que somos incapaces de dominar. Por ello, la historia de la filosofía no habría sido más que la historia de un platonismo encubierto y contrario a la vida.

Perspectivismo. Nietzsche, modificará el concepto de verdad. Su postura es más fenomenista. Considera que el fenómeno o la apariencia, es todo lo que hay, no admite verdades absolutas. Una verdad es válida por su valor pragmático. Pero no debemos confundir el pragmatismo nietzscheano con el de filósofos como Hume. La utilidad a la que aspira Nietzsche no tiene tanto que ver con el bienestar como con una afirmación de la vida que va más allá de cualquier idea de bienestar. Se trata de la voluntad de poder: es verdad lo que aumenta el poder, nuestra capacidad de vivir. Y en ese punto se encuentra que no valen las esencias, sino la propia vida de cada uno. Por eso defenderá un perspectivismo: no hay hechos, sino interpretaciones; no hay cosas en sí, sino perspectivas. Cada ser humano ve las cosas de modo diferente, y cada perspectiva sería ya una valoración hecha por la propia voluntad de poder.

El espíritu humano no puede hacer otra cosa que verse a sí mismo en sus propias perspectivas. Nos es imposible salirnos de nuestro ángulo visual. [...] El mundo se ha vuelto por segunda vez infinito para nosotros, ya que no podemos refutar la posibilidad de que sea susceptible de interpretaciones infinitas. [La gaya ciencia]

La realidad cambiante y múltiple se presenta al hombre a través de infinitas perspectivas. Estas perspectivas son individuales, pero también cambiantes dependiendo de cada momento de la vida individual. Nietzsche afirma la realidad como devenir sin finalidad ni meta. Por ello, no hay una perspectiva verdadera. La voluntad de verdad, que aspiraba a encontrar una verdad absoluta, es tan inútil como contraproducente. No hay verdad, solo interpretaciones.

En vez de buscar verdades absolutas debemos darnos cuenta de que los conceptos no son en realidad más que metáforas que se generan a través de un proceso que se va alejando cada vez más del original, la cosa real. La primera metáfora sería la imagen mental de nuestra percepción. A su vez, esta imagen se convierte en las palabras que expresan nuestra forma individual y original de captarla (esa sería la metáfora de la primera metáfora), y así, sucesivamente, de manera que las ideas más abstractas no serían más que las metáforas más alejadas de la realidad. Como se establecieron así los nombres y significados de las cosas, imponiendo ciertas convenciones como las correctas por mera utilidad, con el tiempo se olvidó el origen metafórico y se consideró erróneamente el concepto universal (la esencia) como la verdadera realidad de las cosas. De esta manera, la filosofía, al tratar de los conceptos más abstractos, llama "verdad" a lo más alejado de la realidad.

También las ciencias positivas que matematizan lo real son criticadas por Nietzsche, pues sólo expresan la realidad cuantitativamente sin atender a las diferencias reales y cualitativas.

Resumiendo, para Nietzsche no hay verdad absoluta y sólo podrá considerarse 'verdad' aquello que favorezca a la vida. Es imposible captar la realidad como algo estable y, por tanto, que exista la verdad. Por eso la vida no sería tanto una cuestión de conocimiento es una cuestión de autoafirmación y de creatividad. Ese es uno de los matices que se esconden detrás del concepto de voluntad de poder, que es el que convierte la crítica de la cultura que hace Nietzsche en algo positivo.

EL NIHILISMO Y LA MUERTE DE DIOS

Nietzsche parece tener una visión pesimista del hombre. El ser humano es un animal cuya única arma para defenderse del mundo es la inteligencia, un ser débil e indigente que, sin embargo, se cree el centro de la naturaleza. Pero no se queda ahí. Nietzsche considera que su diagnóstico es el de una situación grave, pero que se produce, por así decirlo, en el peor momento de la enfermedad. Así, lo que sigue a dicho diagnóstico es un cambio de época, el surgimiento de tiempos mejores.

El nihilismo. Esa mezcla de pesimismo y optimismo que se deriva de esa peculiar situación de crisis hace que Nietzsche hable de nihilismo en dos sentidos: (a) uno negativo, pues el derrumbe de los valores tradicionales parece conducirnos al sinsentido de la existencia y a la pasividad; y (b) otro, positivo, pues esa pérdida de sentido implica la apertura de un nuevo horizonte.

Nietzsche está convencido de que se abre una nueva época en la historia de la humanidad, y ofrece las bases sobre las que se asientan las nuevas formas de valorar del ser humano:

El último hombre. El ser humano para Nietzsche es un puente entre el hombre y el superhombre. Inspirado por Darwin, Nietzsche considera que hay tanta distancia entre el superhombre y el hombre como entre el hombre y el mono, pero esa distancia no es tanto una diferencia biológica como moral: es la capacidad de crear sus propios valores y vivir conforme a la voluntad de poder. Pero hay un tipo de ser humano que entorpece esa transición. Para Nietzsche el 'último hombre' es un hombre que vive plácidamente instalado en el nihilismo. Es el tipo de ser humano más despreciable, disfruta de la compañía de los demás, pero relaciones son superficiales, es el hombre que trabaja por distracción y disfruta de los placeres de la vida sin ser rico ni pobre. El 'último hombre', al igual que el superhombre, no es un individuo concreto, sino que es una clase de seres humanos en la que «todos quieren lo mismo, todos son iguales» [AHZ, Prólogo, 5]

La muerte de Dios. Un elemento central del nihilismo es la muerte de Dios. Se trata de una expresión que también puede tener distintos sentidos. Está muy ligada al nihilismo. Por un lado es la situación histórica en la que los seres humanos han perdido la fe, los puntos de apoyo que tenía por su confianza en los grandes ideales y en los valores eternos. Forma parte de la crisis de la época, pero también es necesaria para que una nueva época pueda darse, para que la voluntad de poder pueda predominar, para que el superhombre pueda darse, para afirmar absolutamente la vida. No solo es que Dios haya muerto, sino que había que acabar con él y con la voluntad de verdad que él representa. Dios ha sido la gran objeción contra la vida y es necesario negarlo para revalorizar a ésta.

LA SUPERACIÓN DE LA CRISIS

La muerte de Dios es como una bifurcación ante la cual al ser humano se le presentan dos caminos, el del último hombre y el del superhombre. Es este último el único que supone afirmación de la vida.

Transmutación de los valores

La muerte de Dios debe considerarse en un sentido amplio, metafórico en sí mismo. No se trata de la muerte real de un ser sobrenatural, sino la situación por la que el ser humano deja de definir su vida según sus reglas y según los valores que se derivan de la visión religiosa del mundo. Por eso la muerte de Dios lleva consigo, casi de manera inevitable, un cambio profundo en los valores y en la forma de valorar. A partir de ahora no se valorará desde el resentimiento, contra la vida, sino desde la voluntad de poder, desde los instintos que potencien la vida. Esta transmutación será hecha por el superhombre, producto de la evolución desde un ser humano débil, racional y sometido a la voluntad de verdad, hacia otro fuerte, instintivo, con voluntad de poder, destructor y creador constante que acepta lo trágico de la vida, su devenir, multiplicidad y sus diversas perspectivas. La evolución del espíritu hasta el superhombre pasa por tres fases:

Las tres transformaciones. Nietzsche expresa metafóricamente esa transmutación de los valores a través de las figuras del camello, el león y el niño: El camello se arrodilla para cargar con el peso que se le pone encima (el deber), pero entonces el espíritu se transforma en león que quiere conquistar su libertad, arrojar los antiguos valores y poder decir: "¡Yo quiero!» (el nihilismo, la voluntad, el deseo). Pero el león aún no es capaz de crear nuevos valores. Hace falta que el espíritu se transforme en niño. Frente al león, el niño simboliza la inocencia, el olvido, la posibilidad de un nuevo comienzo, de un nuevo juego. El niño simboliza así la creatividad vital, la vida considerada como obra de arte, «un santo decir sí», es decir, una vocación afirmativa que permite la renovación de la vida en cada momento [AHZ, I De las tres transformaciones»].

El superhombre

Según lo anterior, el niño sería la representación del superhombre, que tiene la voluntad de poder. Para Nietzsche el hombre no es más que un puente hacia el «superhombre». Se trata de un proceso evolutivo en el que una serie de transformaciones dan lugar a un nuevo ser. No debemos entender el término «superhombre» como alguien dotado de poderes especiales, sino como una fase en la historia de la humanidad. Tampoco podemos identificar al superhombre con un pueblo o una raza (que es la tergiversación que hizo el nazismo de las ideas de Nietzsche). Simplemente se trata de eso que está más allá del hombre, más allá del ser humano que conocemos. El superhombre rechaza la moral del esclavo y la conducta gregaria, siendo contrario al igualitarismo. Frente a estos valores de los débiles, el superhombre es un creador constante de valores, que vive un mundo sin trascendencia donde hace de su vida una creación propia. Así, el superhombre es el creador de su propia vida como una obra de arte.

El sentido de la tierra

Esa superación que se perfila en la figura del superhombre debe rectificar el error histórico que fue la negación de la base natural o instintiva y del mundo terrenal. Ésta es nuestra única naturaleza, éste es nuestro único mundo, y toda huida a otro es una pérdida de realidad. Es preciso permanecer fieles a la tierra:

¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra, y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. [...] En otro tiempo, el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto [...] ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de aquélla!  En otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio: y ese desprecio era entonces lo más alto: el alma quería cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra. [Así habló Zaratustra, Prólogo]

¿Qué implica el ser fieles a la tierra? Algo importante. Además de lo ya mencionado, implica un cambio axiológico (de valores) que culminará en la idea del eterno retorno, que es la expresión más profunda del vitalismo de Nietzsche.

La voluntad de poder

La voluntad de poder (der Wille zur Macht) es un concepto polémico porque a veces se ha entendido como una voluntad de dominación que puede llevar a interpretaciones moralmente cuestionables, como por ejemplo la interpretación que la ideología nazi hizo de esta idea.

Sin embargo, para Nietzsche la voluntad de poder tiene un carácter eminentemente afirmativo y vitalista, destacando la importancia de canalizar la voluntad de poder de manera constructiva y creativa, por eso no debe confundirse con la búsqueda de poder político o el afán de dominación sobre los demás. La voluntad de poder es una fuerza fundamental que impulsa la vida y la existencia en general. Es una fuerza creativa y vital que está presente en todos los aspectos de la vida. Presenta dos sentidos:

(a) Cosmológico (entendida como la fuerza de la realidad misma). Para Nietzsche, todas las formas de vida, desde los organismos biológicos más simples hasta los seres humanos, están impulsadas por una voluntad de poder, que ser correspondería con la fuerza que impulsa a los individuos a buscar la supervivencia, la expansión y la afirmación de sí mismos. No es tanto una búsqueda de poder sobre los demás, sino más bien una búsqueda de poder sobre uno mismo, de superación y de desarrollo de las propias capacidades. En la naturaleza se manifiesta a través de la lucha por la supervivencia, la competencia entre especies y la búsqueda de recursos. En el ámbito humano, la voluntad de poder se expresa en la búsqueda de éxito, logro, autoafirmación y autorrealización.

(b) antropológico (como el núcleo más fuerte de la propia vida). Se trata de una capacidad vital plenamente humana que ha sido tergiversada y reprimida por la moral tradicional y la religión, al considerarla negativa o pecaminosa. Él propone una transvaloración de los valores, donde se abrace y se canalice adecuadamente esta voluntad de poder para alcanzar un estado de "superhombre", que es ese que reconoce y acepta su voluntad de poder, vive de manera auténtica y crea su propio sistema de valores más allá de las convenciones establecidas.

Frente a la voluntad de verdad. El concepto de voluntad de poder se opone al de la voluntad de verdad. Nietzsche defenderá la voluntad de poder frente a la voluntad de verdad, que representa la decadencia nihilista de convertir todo lo que nos pasa en un objeto de conocimiento.

  • No podemos entender la vida como conciencia o conocimiento de la existencia, sino como voluntad.
  • La voluntad de poder implica asumir y enfrentarse a la realidad cambiante afirmando el valor intrínseco de cada perspectiva, de forma temporal, para vivir más plenamente. Dar por buena todas las perspectivas tiene como fin o consecuencia el potenciar la propia vida.
  • El criterio de verdad es así la voluntad de poder, que asume y justifica también el error propio de cada una de ellas.

El eterno retorno

Ser fieles a la tierra supone amar de forma radical nuestra existencia, nuestra vida, afirmar que el mundo posee ya una plenitud y una radicalidad que nos permiten asumir nuestra presencia en él como algo cargado de un valor intrínseco, un valor que no depende de ninguna otra cosa. La idea de eterno retorno tiene resonancias que nos remiten a los griegos, a una concepción cíclica del universo, pero en Nietzsche tiene un sentido más vitalista que cosmológico. Es una especie de prueba a la que se enfrenta la voluntad de poder. Esa voluntad de autoafirmarse que hemos mencionado... ¿cómo podemos estar seguros de que es lo suficientemente profunda y radical? Al considerar una visión cíclica del tiempo no se busca comprender cómo es el mundo, sino tener una herramienta para valorar la propia vida: ¿cómo nos sentiríamos si nos dijesen que el instante actual se repetirá en el futuro múltiples veces? Pensar la repetición de los mismos acontecimientos puede llegar a ser algo desesperante para aquellas personas que no aman de verdad su vida. Quien, por el contrario, vive con una plenitud y un entusiasmo radical bien puede aceptar alegremente esa vuelta de cada instante, y hasta desear que todo lo que le ha ocurrido en la vida vuelva a suceder. Por eso el eterno retorno es la culminación metafórica del vitalismo nietzscheano. Cuando hemos alcanzado esa certeza acerca del valor de nuestra vida, entendemos que no nos hace falta ningún premio posterior, ningún mundo transcendente, ningún más allá al que encaminar nuestros esfuerzos, ninguna ilusión imaginaria que dé sentido a nuestras penas. Lo que da sentido a la vida está en la vida misma.

El Zaratustra de Nietzsche es el 'profeta' de ese eterno retorno. En su eterno repetirse cíclicamente, que este mundo es el único mundo, no hay una historia lineal conduzca a otro mundo, todo es bueno y justificable, puesto que todo debe repetirse. Un mundo que gira sobre sí mismo, pero que no avanza, como una peonza, es la imagen de un alegre juego cósmico, de una canción de aceptación de sí mismo, de bendición de la existencia. Nietzsche expresa así el deseo de que todo sea eterno. Esto nos lleva a consideraciones que desde el punto de vista del pragmatismo superficial son inasumibles. La aceptación de la vida se produce con todo lo bueno y todo lo malo que hay en ella. La perspectiva se asume sabiendo que necesariamente es parcial, que implica un grado de error. Solamente cuando somos capaces de asumir y celebrar esos aspectos aparentemente negativos estamos realizando nuestra voluntad de poder. Nietzsche habla del amor al destino (amor fati) como un sentimiento de conciliación con la propia vida y el mundo que presupone el no querer que nada sea distinto, ni en el pasado, ni en el futuro, ni por toda la eternidad.