Comentarios de texto

En esta sección se irán incluyendo los distintos modelos de comentarios de texto, entre los que estarán los textos que trabajemos en clase. La versión completa del texto de puede consultarse en este enlace.

Texto 1 | Sobre la libertad

«Así, pues, cuando Dios castiga al pecador, ¿qué te parece que le dice, sino estas palabras: te castigo porque no has usado de tu libre voluntad para aquello para lo cual te la di, esto es, para obrar según razón? Por otra parte, si el hombre careciese del libre albedrío de la voluntad, ¿cómo podría darse aquel bien que sublima a la misma justicia, y que consiste en condenar los pecados y en premiar las buenas acciones? Porque no sería ni pecado ni obra buena lo que se hiciera sin voluntad libre. Y, por lo mismo, si el hombre no estuviera dotado de voluntad libre, sería injusto el castigo e injusto sería también el premio. Mas por necesidad ha debido haber justicia, así en castigar como en premiar, porque éste es uno de los bienes que proceden de Dios. Necesariamente debió, pues, dotar Dios al hombre de libre albedrío» [Del libre albedrío, II.]

Comentario

En el texto, San Agustín reflexiona sobre la voluntad libre, concluyendo que es lo que da sentido al orden moral: Dios hizo al hombre libre para que fuese responsable y merecedor de recompensa o castigo por unos actos que solo tienen pleno sentido si surgen de la decisión libre por parte del sujeto que actúa.

El libre albedrío es, por tanto, un bien que permite al hombre, hacerse digno a los ojos de Dios si elige obrar racionalmente (alzándose así a, la verdadera libertad, que disfruta sólo cuando elige el bien) y réprobo si actúa de forma indigna, es decir, irracional.

Estas reflexiones de Agustín se insertan claramente dentro de la problemática del mal. Siendo Dios omnipotente y bueno no es posible concebir que pueda permitir el pecado a no ser que con ello se consiga una perfección mayor. Esta perfección será la justicia, que es la que se deriva de premiar la virtud o castigar el pecado.

Texto 2 | El ser humano

Evodio: —Concedo que Dios ha dado al hombre la libertad. Pero dime: ¿no te parece que, habiéndonos sido dada para poder obrar bien, no debería [el ser humano] tener la posibilidad de pecar? Así sucede con la justicia, que le ha sido dada al hombre para obrar el bien, ¿acaso puede alguien vivir mal en virtud de la misma justicia? Pues igualmente, nadie podría servirse de la voluntad para pecar si ésta le hubiera sido dada para obrar bien.
Agustín: —El Señor me concederá, como lo espero, poderte contestar, o mejor dicho, que tú mismo te contestes, iluminado interiormente por aquella verdad que es la maestra soberana y universal de todos. Pero quiero que me digas brevemente si, teniendo como tienes por bien conocido y cierto lo que antes te pregunté, o sea, que Dios nos ha dado la libertad, procede decir ahora que no ha debido darnos Dios lo que confesamos que nos ha dado. [Del libre albedrío]

Texto 3 |

«Evodio.— Explícame ya, si es posible, por qué ha dado Dios al hombre el libre albedrío de la voluntad, puesto que de no habérselo dado, ciertamente no hubiera podido pecar. Agustín.— ¿Tienes ya por cierto y averiguado que Dios ha dado al hombre una cosa que, según tú, no debía haberle dado? Ev.—Por lo que me parece haber entendido en el libro anterior, es evidente que gozamos del libre albedrío de la voluntad y que, además, él es el único origen de nuestros pecados. Ag.—También yo recuerdo que llegamos a esta conclusión sin género de duda. Pero ahora te he preguntado si sabes que Dios nos ha dado el libre albedrío de que gozamos, y del que es evidente que trae su origen el pecado. Ev.—Pienso que nadie sino Él, porque de Él procedemos, y ya sea que pequemos, ya sea que obremos bien, de Él merecemos el castigo y el premio. Ag.—También deseo saber si comprendes bien esto último, o es que lo crees de buen grado, fundado en el argumento de autoridad, aunque de hecho no lo entiendas. Ev.—Acerca de esto último confieso que primeramente di crédito a la autoridad. Pero ¿puede haber cosa más verdadera que el que todo bien procede de Dios, y que todo cuanto es justo es bueno, y que tan justo es castigar a los pecadores como premiar a los que obran rectamente?»

Texto 4 | Fe y razón

«Ag.— Veo que te acuerdas perfectamente del principio indiscutible que establecimos en los mismos comienzos de la cuestión precedente: si el creer no fuese cosa distinta del entender, y no hubiéramos de creer antes las grandes y divinas verdades que deseamos entender, sin razón habría dicho el profeta: «Si no creyereis, no entenderéis»: Nisi credideritis, non inteiligetis. El mismo Señor exhortó también a creer primeramente en sus dichos y en sus hechos a aquellos a quienes llamó a la salvación. Mas después, al hablar del don que había de dar a los creyentes, no dijo: Esta es la vida eterna, que crean en mí; sino que dijo: Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, sólo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste. Después, a los que ya creían, les dice: «Buscad y hallaréis»; porque no se puede decir que se ha hallado lo que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para hallar a Dios si antes no creyere lo que ha de conocer después.» [Del libre albedrío]

Comentario

En este texto, San Agustín explica su famosa postura en torno al problema de las relaciones entre fe y razón. Esa postura se resume en el lema “cree para entender, entiende para creer”, cuya primera parte coincide con lo que nos muestra el texto (si no se cree no se entenderá). Pero no es suficiente la fe, también es necesario conocer la verdad racionalmente. Fe y razón no pueden contraponerse, sino que han de enriquecerse mutuamente. Podemos tomar como punto de partida la fe, pero luego hay que procurar entender con la razón aquello que se cree. La fe no se cierra sobre sí misma, sino que busca la inteligencia con la que va a reforzar sus posiciones.

Texto 5 | Razón y fe

«Agustín.— Pues, si respecto de la existencia de Dios juzgas prueba suficiente el que nos ha parecido que debemos creer a varones de tanta autoridad, sin que se nos pueda acusar de temerarios, ¿por qué, dime, respecto de estas cosas que hemos determinado investigar como si fueran inciertas y absolutamente desconocidas, no piensas lo mismo, o sea, que, fundados en la autoridad de tan grandes varones, debamos creerlas tan firmemente que no debamos gastar más tiempo en su investigación?
Evodio.— Es que nosotros deseamos saber y entender lo que creemos.
Agustín.— Veo que te acuerdas perfectamente del principio indiscutible que establecimos en los mismos comienzos de la cuestión precedente […] El mismo señor exhortó también a creer primeramente en sus dichos y en sus hechos […]. Después, a los que ya creían, les dice: “Buscad y hallaréis”; porque no se puede decir que se ha hallado lo que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para hallar a Dios si antes no creyere lo que ha de conocer después.» [Del libre albedrío]

En este texto, su autor reflexiona sobre el problema de las relaciones entre la razón y la fe, entre el entender y el creer.

Los problemas que plantea Agustín de Hipona en Del libre albedrio son el del sentido de la libertad y el de la existencia del mal. El punto de vista desde el que se abordan es el de su compati­bilidad con la existencia de un Dios que ha creado el mundo, incluido el hombre, y que se supone infinitamente bueno. Frente a este Dios, que el hombre pueda elegir el mal (y que el mal simplemente exista) plantea posibles contradicciones que el autor quiere resolver.

Sin embargo, el tema de este texto es el de la relación entre razón y fe. Si creer y entender fueran lo mismo y si no hubiera que creer antes lo que queremos en­tender, entonces no tendría sentido lo que decía el profeta de ‘si no creéis, no entende­réis’. El propio Jesús parece a veces invitarnos a lo mismo. Sin embargo, también decía que no era cuestión sólo de creer, sino también de conocer.

En primer lugar se realiza una afirmación: debemos investigar acerca de cuestiones como el problema de la libertad entregada por Dios a los hombres. En segundo lugar se dan razones que justifican esa afirmación: no basta con seguir argumentos de autoridad porque el creer y el entender se suponen mutuamente: nadie halla a Dios sin entender lo que cree y sin creer en lo que ha de conocer.

• Debemos creer que Dios existe y otras cuestiones relacionadas con ésta por argumentos de autoridad (“El mismo señor exhortó también a creer primeramente”), siguiendo la palabra de autores prestigiosos que han tratado esas cuestiones.

• Pero también debemos investigar esas cuestiones para entenderlas, además de creer firmemente en ellas (“Es que nosotros deseamos saber y entender lo que creemos”).

• Creer y entender se suponen mutuamente (“no se puede decir que se ha hallado lo que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para hallar a Dios si antes no creyere lo que ha de conocer después”).

Los problemas que plantea San Agustín en Del libre albedrio son el del sentido de la libertad y el de la existencia del mal. El punto de vista desde el que se abordan es el de su compati­bilidad con la existencia de un Dios que ha creado toda la realidad, incluido el hombre, y que es infinitamente bueno. Frente a este Dios, que el hombre pueda elegir el mal y que éste exista plantea posibles contradicciones que el autor quiere resolver. Un tema que encontramos en este texto, es el de la relación entre razón y fe.

Si creer y entender fueran lo mismo y si no hubiera que creer antes lo que queremos en­tender, entonces no tendría sentido lo que decía el profeta de si no creyereis, no entende­réis. El mismo Jesucristo parece que invitaba a lo mismo. Sin embargo, también decía que no era cuestión sólo de creer, sino también de conocer.

Debemos creer que Dios existe y otras cuestiones relacionadas con ésta por argumentos de autoridad (“El mismo señor exhortó también a creer primeramente”), siguiendo la palabra de autores prestigiosos que han tratado esas cuestiones. Pero también debemos investigar esas cuestiones para entenderlas, además de creer firmemente en ellas (“Es que nosotros deseamos saber y entender lo que creemos”). Creer y entender se suponen mutuamente (“no se puede decir que se ha hallado lo que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para hallar a Dios si antes no creyere lo que ha de conocer después”).

En primer lugar se realiza una afirmación: debemos investigar acerca de cuestiones como el problema de la libertad entregada por Dios a los hombres. En segundo lugar se dan razones que justifican esa afirmación: no basta con seguir argumentos de autoridad porque el creer y el entender se suponen mutuamente: nadie halla a Dios sin entender lo que cree y sin creer en lo que ha de conocer.

Texto 6 | Otra traducción del texto 5

Te acuerdas perfectamente del principio que habíamos establecido al comienzo mismo de la discusión anterior, lo que no negaremos ahora; pues, si creer y comprender no fueran dos cosas diferentes, y si no debiéramos creer primero las sublimes y divinas verdades que debemos comprender, en vano hubiera dicho el Profeta: «Si antes no creéis, no comprenderéis». Nuestro Señor mismo, tanto por sus palabras como por sus actos, exhortó primero a creer a quienes llamó a la salvación. Pero a continuación, cuando hablaba del don mismo que daría a los creyentes, no dijo: la vida eterna consiste en creer en mí, sino: «En esto consiste la vida eterna: en conocer al único y verdadero Dios y al que envió a vosotros, Jesús Cristo». Y dice además a los que ya creían: «Buscad y encontraréis». Ya que no se puede decir que se ha encontrado lo que se cree, sin conocerlo aún; y nadie alcanza la aptitud de conocer a Dios si antes no ha creído lo que después debe conocer. Por ello, obedeciendo los preceptos del Señor, persistamos en la investigación. Si, en efecto, buscamos por invitación suya, Él mismo nos mostrará también las cosas que encontremos, en la medida en que pueden ser encontradas en esta vida por hombres como nosotros. Y, verdaderamente, como hemos de creer, a los mejores les es dado, en esta vida, ver esas cosas y alcanzarlas con una evidencia más perfecta y, ciertamente, después de esta vida, a todos aquellos que son buenos y piadosos. Esperemos que así ocurra con nosotros y, despreciando las cosas terrestres y humanas, deseemos y amemos con todas nuestras fuerzas las cosas divinas.