Textos

En esta sección se irán incluyendo los distintos modelos de comentarios de texto, entre los que estarán los textos que trabajemos en clase. La versión completa del texto de puede consultarse en este enlace. Las páginas se corresponden con la edición de Alianza Editorial (2005), trad. A. Zozaya.

Texto 1 | El conocimiento

«Cerraré los ojos ahora, me taparé los oídos, dejaré de hacer uso de los sentidos, borraré inclusive de mi pensamiento todas las imágenes de las cosas corporales o, al menos, ya que esto es casi imposible, las tendré por vanas y falsas; y así, en comercio sólo conmigo y considerando mi intimidad, procuraré poco a poco conocerme mejor y farmiliarizarme más conmigo mismo. Soy una cosa que piensa, es decir, que duda, afirma, niega, conoce pocas cosas, ignora otras muchas, ama, odia, quiere, no quiere y también imagina y siente; pues, como he notado anteriormente, aunque las cosas que siento e imagino no sean acaso nada fuera de mí y en sí mismas, estoy, sin embargo, seguro de que esos modos de pensar, que llamo sentimientos e imaginaciones, en cuanto que sólo son modos de pensar, residen y se hallan ciertamente en mí.» | Meditaciones metafísicas, p. 100.

Texto 2 | Res cogitans

«Consideraré ahora con mayor circunspección si no podré hallar en mí otros conocimientos de los que aún no me haya apercibido. Sé con certeza que soy una cosa que piensa; pero ¿no sé también lo que se requiere para estar cierto de algo? En ese mi primer conocimiento, no hay nada más que una percepción clara y distinta de lo que conozco, la cual no bastaría a asegurarme de su verdad si fuese posible que una cosa concebida tan clara y distintamente resultase falsa. Y por ello me parece poder establecer desde ahora, como regla general, que son verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente.» | Meditaciones metafísicas, p. 100-101

Texto 3 | Motivos para dudar

« Sin embargo, he admitido antes de ahora, como cosas muy ciertas y manifiestas, muchas que más tarde he reconocido ser dudosas e inciertas. ¿Cuáles eran? La tierra, el cielo, los astros y todas las demás cosas que percibía por medio de los sentidos. Ahora bien: ¿qué es lo que concebía en ellas como claro y distinto? Nada más, en verdad, sino que las ideas o pensamientos de esas cosas se presentaban a mi espíritu. Y aun ahora no niego que esas ideas estén en mí. Pero había, además, otra cosa que yo afirmaba, y que pensaba percibir muy claramente por la costumbre que tenía de creerla, aunque verdaderamente no la percibiera, a saber: que había fuera de mí ciertas cosas de las que procedían esas ideas, y a las que éstas se asemejaban por completo. Y en eso me engañaba; o al menos si es que mi juicio era verdadero, no lo era en virtud de un conocimiento que yo tuviera.» | Meditaciones metafísicas, p.101.

[Introducción] En este texto Descartes nos muestra uno de los aspectos por los que se le considera el padre de la filosofía moderna.

[Tema] El tema principal es la duda, concretamente uno los motivos que podemos tener para dudar de nuestros conocimientos.

[Idea] Descartes nos explica que en multitud de ocasiones admitimos por ciertas cosas simplemente porque tenemos por costumbre asumir que hay un mundo («ciertas cosas» fuera de nosotros de las cuales proceden nuestras ideas) y que nuestros sentidos son fiables.

En la última de las frases señala que eso que admitimos por costumbre no es tan seguro, no nos lo garantiza ningún conocimiento absolutamente fiable.

[Explicación] Esto nos hace recordar que para Descartes, el hecho de que los sentidos nos engañan alguna vez es motivo para pensar que nos pueden engañar muchas. Ese es uno de los motivos de su duda metódica, que es tan radical que nos hace quedarnos con una sola certeza (pienso, por tanto existo) y que requerirá de un Dios bueno que nos garantice que el mundo existe y nuestros sentidos son fiables.

Texto 4 | Las matemáticas y la duda

«Pero cuando consideraba algo muy sencillo y fácil, tocante a la aritmética y la geometría, como, por ejemplo, que dos más tres son cinco o cosas semejantes, ¿no las concebía con claridad suficiente para asegurar que eran verdaderas? Y si más tarde he pensado que cosas tales podían ponerse en duda, no ha sido por otra razón sino por ocurrírseme que acaso Dios hubiera podido darme una naturaleza tal, que yo me engañase hasta en las cosas que me parecen más manifiestas. Pues bien, siempre que se presenta a mi pensamiento esa opinión, anteriormente concebida, acerca de la suprema potencia de Dios, me veo forzado a reconocer que le es muy fácil, si quiere, obrar de manera que yo me engañe aun en las cosas que creo conocer con grandísima evidencia; y, por el contrario, siempre que reparo en las cosas que creo concebir muy claramente, me persuaden hasta el punto de que prorrumpo en palabras como éstas: engáñeme quien pueda, que lo que nunca podrá será hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo, ni que alguna vez sea cierto que yo no haya sido nunca, siendo verdad que ahora soy, ni que dos más tres sean algo distinto de cinco, ni otras cosas semejantes, que veo claramente no poder ser de otro modo, que como las concibo.» | Meditaciones metafísicas, p. 101-102.

[Clave interpretativa] En este texto Descartes reflexiona sobre la verdad en las matemáticas. Considera la posibilidad de un Dios engañador que provoque que nos equivoquemos incluso en las cuestiones matemáticas que consideramos más claras, aunque se trate de un grado de certeza muy similar al que encontramos en la primera certeza que tenemos (el cogito, que nos asegura que existimos por el simple hecho de encontrarnos pensando). Así, como además tampoco uno puede estar seguro del conocimiento del mundo exterior, Descartes considerará necesario demostrar (mediante la propia existencia de la idea de Dios y otras similares en nuestra mente) que Dios existe y, a continuación, que no es engañador.

Texto 5 | El genio maligno

«Ciertamente, supuesto que no tengo razón alguna para creer que haya algún Dios engañador, y que no he considerado aún ninguna de las que prueban que hay un Dios, los motivos de duda que sólo dependen de dicha opinión son muy ligeros y, por así decirlo, metafísicos. Mas a fin de poder suprimirlos del todo, debo examinar si hay Dios, en cuanto se me presente la ocasión, y, si resulta haberlo, debo también examinar si puede ser engañador; pues, sin conocer esas dos verdades, no veo cómo voy a poder alcanzar certeza de cosa alguna. Y para tener ocasión de averiguar todo eso sin alterar el orden de meditación que me he propuesto, que es pasar por grados de las nociones que encuentre primero en mi espíritu a las que pueda hallar después, tengo que dividir aquí todos mis pensamientos en ciertos géneros, y considerar en cuáles de estos géneros hay, propiamente, verdad o error.» | Meditaciones metafísicas, p. 102.

[Clave interpretativa] Descartes no encuentra otro modo que salir del camino sin salida del solipsismo en el que había caído con su primera certeza (el cogito) que encontrar en la existencia de Dios y en la prueba de su bondad una razón para confiar en otras verdades más allá de la propia existencia. Si no fuese así, considera que —tras haber puesto en cuestión incluso el propio conocimiento matemático— jamás podría llegar a estar seguro de verdad alguna. Para ello su estrategia es la de analizar los tipos ('géneros') de ideas que halla en su mente para concluir más tarde que la idea de Dios (y otras similares, como la de infinito) no puede haberla creado la propia mente si el propio Dios no la hubiese puesto ahí.

Texto 6 | Las ideas

«Pues bien, de esas ideas, unas me parecen nacidas conmigo, otras extrañas y venidas de fuera, y otras hechas e inventadas por mí mismo. Pues tener la facultad de concebir lo que es en general una cosa, o una verdad, o un pensamiento, me parece proceder únicamente de mi propia naturaleza; pero si oigo ahora un ruido, si veo el sol, si siento calor, he juzgado hasta el presente que esos sentimientos procedían de ciertas cosas existentes fuera de mí; y, por último, me parece que las sirenas, los hipogrifos y otras quimeras de ese género, son ficciones e invenciones de mi espíritu.» | Meditaciones metafísicas, p. 103-104.

[Clave interpretativa] Descartes aquí distingue tres tipos de ideas (innatas, adventicias y facticias, cf. apuntes]). El comentario debe realizarse subrayando la importancia de las ideas innatas (entre ellas la de Dios) a la hora de garantizar la existencia del mundo y nuestra posibilidad de conocerlo.

Texto 7 | Ideas innatas, existencia de Dios y solipsismo

«Y cuanto más larga y atentamente examino todo lo anterior, tanto más clara y distintamente conozco que es verdad. Mas, a la postre, ¿qué conclusión obtendré de todo ello? Ésta, a saber: que, si la realidad objetiva de alguna de mis ideas es tal que yo pueda saber con claridad que esa realidad no está en mí formal ni eminentemente (y, por consiguiente, que yo no puedo ser causa de tal idea), se sigue entonces necesariamente de ello que no estoy solo en el mundo, y que existe otra cosa, que es causa de esa idea; si, por el contrario, no hallo en mí una idea así, entonces careceré de argumentos que puedan darme certeza de la existencia de algo que no sea yo, pues los he examinado todos con suma diligencia, y hasta ahora no he podido encontrar ningún otro.» | Meditaciones metafísicas, p. 108-109.

[Clave interpretativa] En este texto Descartes resume el argumento que le va a permitir evitar el solipsismo en el que cae al aceptar como verdad evidente solo su primera certeza (el cogito, la certeza con la que sabe que existe al encontrarse pensando) . Al examinar los contenidos de su pensamiento reflexiona sobre si su propia mente puede ser la causa de sus ideas. Si concluye que la propia mente no puede ser la causa de alguna idea deberá considerar que debe existir otra cosa que la cause. En caso contrario parece condenado al solipsismo («careceré de argumentos que puedan darme certeza de la existencia de algo que no sea yo»). La idea de Dios será la idea que permita a Descartes quedar bloqueado en el cogito, permitiéndole así continuar con seguridad la construcción del ‘edificio’ del conocimiento.

Texto 8 | Demostración de la existencia de Dios

«Para poder suprimir del todo la razón de dudar, debo examinar si hay Dios, tan pronto como encuentre ocasión; y si hallo que lo hay, debo examinar también si puede ser engañador [...] | Meditaciones Metafísicas, p. 102.

Bajo el nombre de Dios entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable, por la cual yo mismo y todas las demás cosas existen (si es que existen algunas) han sido creadas y producidas. Ahora bien: tan grandes y eminentes son esas ventajas, que cuanto más atentamente las considero, menos me convenzo de que la idea que de ellas tengo pueda tomar su origen en mí. Y, por consiguiente, es necesario concluir de lo anteriormente dicho que Dios existe; pues si bien hay en mí la idea de sustancia, siendo yo una, no podría haber en mí la idea de una sustancia infinita, siendo yo un ser finito, de no haber sido puesta en mí por una sustancia que sea verdaderamente infinita”. | Meditaciones Metafísicas, p. 111.

[Puntos clave] Las meditaciones metafísicas de Descartes tienen como principal objetivo la demostración de la existencia de Dios mediante razonamientos lógicos y de definir las bases del conocimiento de su época con el fin de disponerlo sobre unas bases más sólidas de las que había hasta entonces. En resumen y en palabras del autor, podríamos decir que Descartes busca encontrar “la verdad” a través de la razón.

Ideas del texto:

  • Es necesario examinar si hay Dios y si no es engañador para dejar de dudar (“debo examinar si hay Dios”).
  • Por Dios entiende una sustancia infinita, eterna, inmutable, y creadora de todas las cosas que existen. (“Bajo el nombre de Dios entiendo una sustancia infinita”.)
  • Yo soy una sustancia finita (“siendo yo un ser finito”).
  • Dios debe existir porque no puedo crear su idea, al ser yo finito (“no podría haber en mí la idea de una sustancia infinita (…) de no haber sido puesta en mí por una sustancia infinita”).

En el texto se exponen una serie de premisas que argumentan a favor de una conclusión: la afirmación de la existencia de Dios (para así suprimir toda duda). Estas premisas son la definición de Dios como sustancia infinita, la presencia de su idea en el sujeto que piensa y la imposibilidad de que éste la haya creado por sí mismo, debido a su finitud. Estas premisas llevan a la conclusión de que hay Dios, pues sólo Él puede ser el origen de su idea en mí.

Texto 9 | Dios

«Sólo me queda por examinar de qué modo he adquirido esa idea [de Dios]. Pues no la he recibido de los sentidos, y nunca se me ha presentado inesperadamente, como las ideas de las cosas sensibles, cuando tales cosas se presentan, o parecen hacerlo, a los órganos externos de mis sentidos. Tampoco es puro efecto o ficción de mi espíritu, pues no está en mi poder aumentarla o disminuirla en cosa alguna. Y, por consiguiente, no queda sino decir que, al igual que la idea de mí mismo, ha nacido conmigo a partir del momento mismo en que yo he sido creado. [...] Y nada tiene de extraño que Dios, al crearme, haya puesto en mí esa idea para que sea como el sello del artífice, impreso en su obra; y tampoco es necesario que ese sello sea algo distinto que la obra misma. Sino que, por sólo haberme creado, es de creer que Dios me ha producido, en cierto modo, a su imagen y semejanza, y que yo concibo esta semejanza (en la cual se halla contenida la idea de Dios) mediante la misma facultad por la que me percibo a mí mismo; es decir, que cuando reflexiono sobre mí mismo, no sólo conozco que soy una cosa imperfecta, incompleta y dependiente de otro, que tiende y aspira sin cesar a algo mejor y mayor de lo que soy, sino que también conozco, al mismo tiempo, que aquel de quien dependo posee todas esas cosas grandes a las que aspiro, y cuyas ideas encuentro en mí; y las posee no de manera indefinida y sólo en potencia, sino de un modo efectivo, actual e infinito, y por eso es Dios. Y toda la fuerza del argumento que he empleado para probar la existencia de Dios consiste en que reconozco que sería imposible que mi naturaleza fuera tal cual es, o sea, que yo tuviese la idea de Dios, si Dios no existiera realmente.» | Meditaciones metafísicas, p. 118.